viernes, 4 de octubre de 2013

El oficio de librero

Libreros, un oficio argentino


                   Dicen que las librerías son una especie en vías de extinción, que pronto no serán necesarias, que Internet acabará quitándoles el negocio. Pero en Argentina gozan de buena salud. Tanta, que la reciente Convenção Nacional de Livrarias de Río de Janeiro invitó al Director Comercial de Fundación El Libro, de Argentina, Jorge Gutiérrez, a compartir la realidad que viven las librerías nacionales. Lo cierto es que buena parte de esa realidad se sustenta en los emprendimientos independientes y en el oficio del librero, una figura todavía apreciada y distinguida en nuestro país, y tan llamativa para los extranjeros que resulta infaltable en las  guías turísticas. Trascendiendo lo mítico, sin embargo, es cierto que nadie conoce como ellos los misterios y desafíos que esconde el mercado argentino del libro, una plaza que en 2012 involucró 50 millones de ejemplares vendidos, y más de 3 mil millones de pesos. 

               Leder Kremer: “Argentina posee el mejor canal librero de habla hispana, junto con España: conviven librerías especializadas, generalistas, de usados, de bibliófilos”. Para él la atención personalizada a los lectores es el valor agregado por excelencia de las librerías independientes. “Una dedicada, concienzuda y comprometida selección de la oferta bibliográfica, y el trato personalizado con el cliente son prácticas que no suelen desarrollarse en una gran cadena”, opina.
         
        Y el oficio se transforma en todo el mundo.  “Lo que va a mantener la escritura viva en este país son las librerías independientes. Las necesitamos desesperadamente. Si la gente que vende libros, no lee libros y no sabe nada acerca de ellos, todo se evapora”, escribió Paul Auster en Bookstore: The Life and Times of Jeannette Watson and Books & Co,
Lo cierto es que a los libreros argentinos los distingue su vocación.  En palabras del mítico Yanover “un librero es un hombre que cuando descansa lee; cuando lee, lee catálogos de libros; cuando pasea, se detiene frente a las vidrieras de otras librerías; cuando va a otra ciudad, otro país, visita libreros y editores”. Todavía sobresalen los que atienden a sus clientes con la convicción –como escribió Yánover en su libro Memorias de un librero– de que “quien entra a una librería, entra a un templo”. Y ellos –los libreros– todavía son los sacerdotes.